viernes, 5 de diciembre de 2014

El Misterio de las Piedras de Ica y los seres Reptilianos que Aparecen en Ellas



Las piedras grabadas de Ica

Fue el domingo 3 de marzo del año 2001, hacia las 15 horas, cuando tuve la oportunidad y la fortuna de conversar con el doctor Javier Cabrera Darquea por última vez. Por aquel entonces, el viejo profesor se hallaba al cuidado de una de sus hijas. Su salud no era buena y sencillamente, tuve un presentimiento...



No me equivoqué. Meses después, a los setenta y siete años de edad, Javier Cabrera fallecía en la ciudad de Ica. Y con él se fue la gran utopía y, quizá, el último romántico... Este médico peruano se hizo mundialmente famoso cuando, en los años setenta, dio a conocer unas insólitas teorías sobre la existencia de una humanidad remota y desconocida que -según Cabrera- pudo habitar la Tierra hace sesenta y cinco millones de años. Unas hipótesis, lógicamente, que no fueron bien recibidas por la ciencia oficial... Pero Javier Cabrera -tenaz y fiel a sus ideas- siguió manteniendo la fascinante posibilidad de esa otra «humanidad», hoy desaparecida. Y lo hizo -me consta- después de haber reunido más de once mil piedras grabadas, extraídas, al parecer, en el vecino desierto de Ocucaje. Unas piedras grabadas -de todos los tamaños- en las que también aparecen hombres «alados»...

Existió otra humanidad Esas once mil piedras grabadas han sido expuestas, durante más de treinta años, en la citada casa-museo de la plaza de Armas, en la ciudad de Ica. Y allí continúan, por el momento, como mudos testigos de la lucha de este médico peruano. Una lucha aparentemente estéril en la que la arqueología no ha dado su brazo a torcer. Una historia aparentemente sin final. Once mil piedras con unos altorrelieves asombrosos, desenterradas, al parecer, en las arenas del vecino desierto de Ocucaje, a escasos kilómetros de Ica. Todo un tesoro arqueológico suministrado por los indios. Pero el doctor Cabrera, como digo, murió sin que la ciencia reconociera su labor...

No voy a extenderme ahora en el contenido de esta «biblioteca de piedra», ampliamente difundido en mi libro Existió otra humanidad (1975). Me limitaré a exponerlo muy por encima, dando prioridad -eso sí- a las imágenes. Aquí sí valen más que mil palabras...

Para empezar, hablemos del principal protagonista de estas piedras grabadas de Ica. En los miles de ejemplares que he podido contemplar en numerosas ocasiones se repite siempre una misma figura: lo que el doctor Cabrera llamaba el «hombre gliptolítico». Es decir, un individuo de gran cráneo, con unas manos no menos extrañas. Manos de cuatro dedos, siempre sin pulgares. Hombres (?), aparentemente, de pequeña estatura y en posesión de unos conocimientos desconcertantes. Toda una humanidad extinguida que -según Cabrera- habitó la Tierra en la era de los dinosaurios. Un pueblo que, por razones desconocidas, desapareció para siempre.

Marzo de 2001. Última entrevista de Javier Cabrera y J.J. Benítez en la ciudad peruana de Ica.

Desierto de Ocucaje, en Ica.

Pero, antes de extinguirse, esa humanidad nos dejó un legado. Una especie de «herencia», con la totalidad de sus conocimientos. Un legado muy original: miles de piedras grabadas. Algunas diminutas y otras de más de mil kilos de peso.

Javier Cabrera Darquea falleció el 30 de diciembre del año 2001, al atardecer, en la ciudad peruana de lca. Contaba setenta y siete años de edad. En 1966 recibe el regalo de una pequeña piedra grabada. En ella aparece una especie de reptil. Cabrera se interesa por dicha grabación y descubre miles de piedras similares. En 1974 había reunido alrededor de once mil. Hoy pueden ser contempladas en la casa-museo ubicada en la plaza de Armas de lca (sur de Lima). Javier Cabrera fue médico cirujano, graduado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y catedrático fundador de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de lea. Durante treinta y siete años desarrolló su trabajo como médico en el Hospital Obrero de lca, e igualmente fue director de la Casa de la Cultura de dicha ciudad. En junio de 2001, las autoridades del pueblo de lca le rinden un último homenaje, concediéndole la medalla de oro de la ciudad y declarándole Hijo Ilustre de lca. Los responsables sanitarios deciden que el futuro hospital de La Tinguiña lleve el nombre de Javier Cabrera Darquea. El 17 de ese mismo mes de junio se funda la Asociación Dr. Javier Cabrera Darquea, que custodiará las piedras grabadas y difundirá las ideas y escritos del genial médico iqueño. Al frente de la asociación se encuentra Eugenia Cabrera, una de las hijas de Javier Cabrera. Entre los proyectos se encuentra la construcción de un museo que reúna la gran «biblioteca de piedra». Javier Cabrera es autor del libro El mensaje de las piedras grabadas de lca, actualmente agotado, y de cientos de artículos. Pronunció numerosas conferencias y por su casa-museo desfilaron miles de curiosos, seguidores y científicos de todo el mundo.





La extraña «biblioteca» lítica



• En numerosas piedras aparecen imágenes grabadas que podrían representar (?) trasplantes de órganos. Según Javier Cabrera, aquella humanidad sabía cómo hacerlo. Y grabó supuestos trasplantes de corazón, hígado, riñones e, incluso, de cerebro. Según especialistas que han llegado a verlos, «la perfección de los órganos y las técnicas quirúrgicas son increíbles».



• Y en otras «secuencias» -integradas por decenas de piedras (algunas de una tonelada de peso)- se observa también lo que Cabrera denominó la «hormona antirrechazo». Grabaciones en que aparecen mujeres embarazadas de las que se obtiene un elemento desconocido que, justamente, evita el problema de rechazo en los referidos trasplantes de órganos. ¿Una hormona antirrechazo en la sangre o en los fluidos de la mujer embarazada? Esto lo supe en 1974, de labios del propio Javier Cabrera. Curiosamente, en 1980, los médicos Ronald Finn y Charles St. Hill, del Royal Southern Hospital de Liverpool, hablaron por primera vez de la posibilidad de que los cirujanos de trasplantes pudieran estudiar el método de que se vale el feto, para evitar el rechazo de riñones, hígados y corazones trasplantados.

• ¿Transfusiones de sangre en la antigüedad? Eso se deduce de las imágenes que uno puede contemplar en las piedras de Ica y de las teorías del doctor Javier Cabrera.

• ¿Cesáreas hace millones de años? La ciencia oficial lo niega. Sin embargo, allí están: en decenas de enormes piedras grabadas...


• Y en otras «secuencias», órganos humanos minuciosamente dibujados. Corazones, hígados, riñones, cerebros, etc., con todo lujo de detalles anatómicos. De ser cierta la hipótesis de Cabrera, aquella humanidad conocía muy bien el funcionamiento del cuerpo humano.



• ¿Técnicas de acupuntura? Así lo demuestran los grabados. Para el desaparecido médico peruano, «los hombres gliptolíticos disponían de sistemas electrónicos que controlaban las funciones biológicas más vitales del hombre mientras permanecía en la mesa de operaciones».



• La «biblioteca» lítica reúne también enormes y pesadas piedras grabadas en las que han sido trazados enigmáticos «continentes» (?). Para Javier Cabrera se trataría de las masas continentales existentes hace millones de años. Por un lado, Laurasia, que daría lugar a los continentes del hemisferio norte, y, por otro, Gondwana, del que surgiría el hemisferio sur. Y en las masas oceánicas, otros dos «continentes» hoy desaparecidos: Mu, en el Pacífico y la Atlántida, en el océano Atlántico. Ésa, al menos, era la opinión de Javier Cabrera...



• Y otra de las desconcertantes sorpresas de la «biblioteca» lítica: cientos de piedras en las que aparecen animales prehistóricos. Toda clase de reptiles antediluvianos que habitaron el planeta hace millones de años y que, al parecer, empezaron a extinguirse hace sesenta y cinco millones de años. Series de grabados en los que -según Cabrera- se describen los ciclos biológicos de estos animales, los lugares donde habitaban y, sobre todo, la forma de aniquilarlos.



• ¿Hombres conviviendo con dinosaurios? Así se deduce al ver las piedras grabadas de Ica. Hombres «gliptolíticos» -de enormes cabezas y manos de cuatro dedos largos- que fueron grabados junto a monstruos prehistóricos. Esto significaría -siempre según Cabrera- que el hombre, en realidad, apareció en la Tierra mucho antes de lo que se ha dicho: en el Cretácico (hace cien millones de años). Los científicos lo rechazan y afirman que la humanidad -nuestra humanidad- surgió en el período Cuaternario (hace un millón de años, aproximadamente). Y junto a los dinosaurios, otros muchos animales. Algunos, «imposibles» en América. Éste es el caso de los canguros. ¿Cómo pudieron llegar los marsupiales a las actuales costas del Perú? Como es sabido, los canguros -según la ciencia- son originarios de Australia. ¿Cómo pueden estar representados en las piedras grabadas de Ica? Para Cabrera, la explicación era muy sencilla: en aquella remota antigüedad, las masas continentales eran pobladas por animales que, posteriormente, quedaron aislados en determinados sectores.



• También los conocimientos astronómicos se encuentran reflejados en esta increíble y misteriosa «biblioteca» lítica. En decenas de piedras aparecen estrellas, planetas y cometas. Uno de éstos -el llamado cometa Kohoutek-, registrado en 1973, fue grabado en una enorme piedra de casi novecientos kilos. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible, si la órbita del Kohoutek es tan dilatada que precisa de cien millones de años para cruzar frente a la Tierra? iCien millones de años desde el último paso de este cometa! Es decir, en pleno Mesozoico...



• ¿Y qué decir de las constelaciones grabadas en estas piedras de Ica? No son doce, sino trece las que forman el zodíaco de la «biblioteca» lítica. Para el médico peruano, aquella remota humanidad tuvo que abandonar la Tierra ante el inminente peligro de un formidable cataclismo cósmico. En otras palabras: el mundo, al parecer, se vio amenazado por la colisión de un gran asteroide. Algo que, según todos los indicios, pudo tener lugar hace sesenta y cinco millones de años. Algo que terminó con los dinosaurios. Pero antes del gran éxodo, el hombre «gliptolítico» dejó sus conocimientos en el único material que resiste el paso del tiempo: la piedra.



• Y un capítulo no menos inquietante: los hombres «alados» en las piedras de lca. Individuos que vuelan merced a grandes «pájaros de aspecto mecánico» o, incluso, a los lomos de enormes animales prehistóricos. Para el investigador Javier Cabrera, estos grabados sólo pueden significar «que aquella humanidad disponía de una tecnología muy avanzada, capaz de vencer la gravedad».


• Y junto a los «pájaros mecánicos», otro irritante enigma: ¿tenía nuestro mundo tres lunas? Así podemos verlo en las piedras grabadas de lca.
La eterna cuestión Recuerdo que en aquella última charla con Javier Cabrera Darquea, en marzo del año 2001, volví a plantear la vieja, casi eterna cuestión:  -Javier -le insinué-, ¿no es hora ya de desvelar el lugar del que se extraen las piedras? Tú no vivirás eternamente...
Cabrera, acosado por el cáncer que se lo llevaría en poco más de ocho meses, sonrió burlón. Y respondió con la respuesta que ya conocía; la que repetía desde hacía casi treinta años:

-No soy rico, querido amigo... Y el hombre es egoísta. Esas once mil piedras me han costado mucho dinero. Si ahora diera a conocer el lugar del que son extraídas, toda la fama se la llevarían otros...

-Pero, Javier-insistí inútilmente-, eso no es cierto. Tú has sido el gran motor...

Y, como siempre, llegado a este punto, sonreía indulgente y cambiaba de tema. Fue inútil. En los veintisiete años que disfruté de su amistad no pude lograr una sola pista sobre el supuesto yacimiento del que, al parecer, habían sido desenterradas aquellas miles de piedras grabadas. Y otro tanto ocurrió con los indios de la vecina aldea de Ocucaje y que -según Cabrera- eran los responsables de la citada extracción. Cada vez que los interrogué, y fueron muchas mis visitas a la zona, respondían con un elocuente silencio. Era increíble. Una de dos: o el pacto entre el médico iqueño y los indios era mucho más sagrado de lo que se suponía o Javier Cabrera nunca fue informado sobre el lugar o lugares de los que se desenterraban las piedras grabadas.

Y con el paso del tiempo, en especial a la vista de lo que sucedió a los pocos días del fallecimiento de mi amigo, he llegado a la segunda conclusión: los indios de Ocucaje guardaron celosamente su secreto, hasta el punto de no desvelárselo ni siquiera al doctor Cabrera...

Basilio Uchuya, encarcelado Lamentablemente, esta asombrosa historia de las piedras grabadas de lca terminaría enredándose cuando, al poco de mi primera visita ala casa-museo (1974), entraron en escena los medios de comunicación peruanos. La noticia sobre las once mil piedras terminó trascendiendo y, como era de suponer, surgieron los problemas. Los arqueólogos del país protestaron, acusando a Javier Cabrera de falsear la verdad. ¿Y cuál era la verdad para dichos arqueólogos? Sencillamente, las piedras en cuestión sólo podían obedecer a una falsificación de los indígenas.


Y la presión fue tal que algunos de los vecinos de la aldea de Ocucaje fueron detenidos e interrogados por la policía. Entre éstos, Basilio Uchuya, el hombre que había suministrado la mayor parte de las once mil piedras al doctor Cabrera.

Y según me consta, Basilio fue amenazado por los agentes policiales. Y, naturalmente, terminó «confesando»: él, en efecto, era el autor de todas las piedras grabadas que pueden contemplarse en la casa -rnuseo de la plaza de Armas de Ica, y de algunas más. Él y cuatro amigos de Ocucaje...

He conversado con Uchuya sobre estos incidentes y siempre he recibido la misma sensación: el miedo le obligó a confesar algo inviable. Y me explico. ¿Cuánto tiempo habría empleado Basilio Uchuya para grabar esas once mil piedras? Aunque para muchas de ellas -de gran peso y considerable superficie a grabarse habrían precisado, como mínimo, de tres a cinco meses, establezcamos el tiempo medio en una semana por piedra. Basta un sencillo cálculo para comprobar que el bueno de Uchuya habría necesitado doscientos once años, trabajando sin descanso. Incluso, aunque dividiéramos dicho trabajo entre cuatro vecinos, cada uno de ellos habría hipotecado casi cincuenta y tres años para diseñar, grabar y enterrar la parte correspondiente. Cualquiera que se haya paseado por la mísera aldea de Ocucaje, o que disponga de un mínimo de sentido común, comprenderá que Uchuya no puede ser el autor de la totalidad de las piedras grabadas de Ica. Y otro «detalle» no menos interesante: si la elaboración de los altorrelieves en las rocas de mil kilos de peso se prolongaba, como digo, entre tres y cinco meses, ¿por qué los indios las vendían en 1974 a uno, dos y tres dólares? ¿Tres dólares por cinco meses de duro trabajo?

Definitivamente, Basilio Uchuya no pudo ser el hombre que labró esas once mil piedras. Pero la «confesión» bajo amenaza policial hizo el «milagro». Y la sociedad peruana respiró aliviada.

Un testimonio esclarecedor Poco importaron los testimonios precedentes, que confirmaban la existencia de esas piedras grabadas en tumbas precolombinas. El caso de Santiago Agurto Calvo, arquitecto y ex rector de la Universidad de Ingeniería de Lima, me parece de especial interés. El 11 de diciembre de 1966 hacía público un artículo titulado «Las piedras mágicas de Ocucaje». Un artículo que muy pocos conocen y que, obviamente, fue ignorado por los arqueólogos y por la policia que detuvo a Basilio Uchuya. He aquí el texto íntegro. Un testimonio esclarecedor:

Hace aproximadamente cuatro años (1962) comenzaron a aparecer en los alrededores de la Hacienda Ocucaje, en el departamento de Ica, unas extrañas piedras que, según los huaqueros 1 del lugar, se hallaban en las tumbas de los ricos y abundantes cementerios prehispánicos de lugares tales como Cerro Blanco, La Banda, Paraya, Chiquerillo, Cayango, etc. De acuerdo a la versión más frecuente, las piedras se encontraban en los entierros correspondientes a las culturas Paracas, lca y Tiahuanaco, aunque algunos huaqueros sostenían que también las había en restos Nasca e inclusive Inca. Dichas piedras, aparentemente cantos rodados de variado tamaño y color, presentaban la particularidad de estar labradas -burdamente las unas, primorosamente las otras- representando cosas inidentificables, insectos, peces, aves, felinos, figuras fabulosas y seres humanos, unas veces singularmente y otras mezclados en elaboradas y fantasiosas composiciones.



   A fines de 1962 tuve oportunidad de ver esas piedras y de adquirir algunas a los huaqueros de Ocucaje, quienes las vendían a precios que fluctuaban entre los 10 soles para las más chicas y los 120 para las más grandes (alrededor de un dólar).

La sorpresa de encontrar un material arqueológico inédito en la costa peruana, y la extraordinaria belleza de algunas de las piedras, hicieron que me interesara en todo lo concerniente a ellas. Pude reunir así, por boca de los huaqueros, una serie de datos probablemente no siempre verídicos y hasta contradictorios a veces, pero que otorgaban un marco provisional de referencia a la historia de las piedras.

Posteriormente conversé al respecto con estudiosos y coleccionistas, quienes afirmaron que poco o casi nada era lo que se conocía respecto de las piedras, que había unas dudas sobre su autenticidad y que, probablemente, no fuesen sino obra de algunos falsificadores locales de piezas arqueológicas.

Las razones más frecuentes y poderosas que se esgrimían para negar la autenticidad de las piedras labradas eran las siguientes:



a. Que nunca antes de 1962 se encontraron tales piedras, a pesar de que la zona había sido abundantemente excavada.



b. Que los hallazgos habían sido hechos por personas a las que no se les podía dar mayor crédito.



c. Que para labrar las piedras en forma tan nítida y precisa era necesario poseer, dada la dureza propia de la materia, metales y herramientas que no conocieron los antiguos peruanos.



d. Que en algunas piedras había motivos que no correspondían a las culturas locales y que en otras se mezclaban motivos de culturas diferentes.



Las opiniones expuestas no resultaban del todo convincentes, salvo la relativa al tipo de metal necesario para realizar el trabajo, pues, evidentemente, si el labrado de las piedras requería un metal no conocido por los antiguos peruanos, dichos objetos no podían ser prehispánicos.



Para ello, para iniciar una investigación sobre el particular, resultaba lo más conveniente determinar si el grado de dureza de las piedras era tal que su tallado obligase al empleo de un metal desconocido en el antiguo Perú. El resultado, en caso positivo, determinaría definitivamente que las piedras no eran de origen prehispánico, pero en caso contrario abriría la posibilidad de que tal origen fuera el auténtico, lo cual justificaría proseguir la investigación.





Dureza interior de las piedras: 4.5 en la escala de Mohs. El exterior es más blando (3 grados).



Con tal finalidad recurrí a la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Ingeniería, en cuyos laboratorios los ingenieros Fernando de las Casas y César Sotillo llevaron a cabo un estudio que en sus partes esenciaes estableció lo siguiente:



a. Todas las piedras son andesitas fuertemente carbonatizadas, a pesar de que por su coloración y textura externas parecen ser, entre sí, de distinta naturaleza.

b. Las piezas proceden de capas de flujos volcánicos correspondientes a series del mesozoico características de la zona.



c. La acción del intemperismo ha atacado la superficie de las piedras, cambiando los feldespatos en arcilla, debilitando por tanto su grado de dureza y formando una especie de cáscara que rodea la parte interior.



d. La dureza exterior corresponde en promedio al grado 3 de la escala de Mohs, llegando a ser hasta de 4,5 grados en la parte interna no atacada por el intemperismo.



e. Las piedras pueden ser trabajadas prácticamente con cualquier material duro, como huesos, conchas, obsidiana, etc. y, naturalmente, con cualquier instrumento metálico prehispánico.



Por fin, las pruebas que se hicieron con utensilios de hueso y de piedra de las distintas culturas iqueñas demostraron que éstos eran perfectamente capaces de dejar en las piedras las mismas huellas, surcos y trazos que conformaban los grabados.



Como estos resultados permitían suponer el origen prehispánico de las piedras, continué con las investigaciones. No es del caso referir aquí los detalles de tal estudio, pero tal vez sea oportuno informar sobre algunos aspectos de este apasionante asunto:



a. La forma de las piedras es, en general, la de un canto rodado, si bien ellas presentan distintos grados de rodamiento. El tamaño varía desde el muy pequeño de 3 por 2,5 por 1,5 cm hasta el de 40 por 25 por 20 cm en los ejemplares más grandes.



b. Las piedras han sido trabajadas adecuando la decoración a su forma. En algunos casos es muy notable el uso escultórico de la forma básica, la misma que ha sido hábilmente complementada para lograr el efecto deseado.



c. Las figuras que decoran las piedras han sido trabajadas mediante incisiones de fondo acanalado, mediante chaflanes que producen la impresión de falsos relieves, o mediante el procedimiento de rebajar la superficie que rodea a las figuras para lograr un auténtico alto relieve. En algunas piedras se encuentra sólo una de las técnicas en referencia, pero en muchas de ellas es frecuente el uso de dos y aun de los tres sistemas. Las herramientas empleadas parecen haber sido a la manera de buriles y cinceles, y en todos los trabajos se nota que las incisiones y rebajas afectan sólo la «cáscara» intemperizada, lo cual explica la factibilidad del trabajo y la perfección lograda en él.





En algún lugar de la llamada Hacienda Ocucaje se encuentra el gran yacimiento de piedras grabadas.



d. Los temas varían desde la representación de un solo motivo ubicado en una de las caras de la piedra, hasta las más intrincadas composiciones que abarcan toda la forma, sacándole partido a protuberancias y oquedades.



Los motivos son propios de la región, tanto en la flora y la fauna, cuanto en las escenas marinas que representan.



e. De acuerdo a consideraciones estilisticas es posible ordenar las piedras en varios grupos, algunos de los cuales corresponden con bastante claridad a las características de las culturas Paracas, Nasca, Ica y Tiahuanaco. Es posible también establecer seriaciones en función de la forma de las piedras, del sentido del diseño, de los temas tratados y de los motivos empleados, dándose significativas coincidencias entre este tipo de clasificación y el estilística.



   La investigación planteada era sumamente interesante y poco a poco se iban obteniendo datos que favorecían la atribución de un origen prehispánico para las piedras; pero, naturalmente, el medio más efectivo de despejar las dudas consistía en comprobar fehacientemente su presencia en restos arqueológicos.



Fue así como, después de haber visitado repetidas veces la zona de Ocucaje, recogido abundante información al respecto, conocido gran parte de las colecciones de piedras existentes y efectuado los estudios preparatorios necesarios, juzgué llegado el momento de realizar trabajos de campo.





 Cerros de Ocucaje. En 1962 aparecieron las primeras piedras grabadas.



Después de varios y frustrados intentos, el 20 de agosto del presente año (1966) tuve la suerte de hallar una piedra labrada, en una tumba del cementerio prehispánico del sector llamado Tornaluz, en la Hacienda Cayango del departamento de lca.



El cementerio, situado en una zona arqueológica profusamente excavada desde hace tiempo, había sido recientemente descubierto y parece ser un pequeño sector de un gran complejo necrológico. La tumba en referencia se encuentra en la parte superior, orientada norte-sur según su eje longitudinal. Al excavar la tumba se encontraron, tal y como indica el croquis, restos humanos, cerámicas y, dentro de uno de éstos, una piedra labrada.

Los ceramios hallados tienen la forma, colores y decoración característicos de la llamada cultura Huari-Tiahuanaco que se da en el departamento de lca, por lo que el origen de las piezas no ofrece lugar a dudas y se puede estimar su edad, aproximadamente entre seiscientos y novecientos años.

 Corte esquemático de una tumba prehispánica con una piedra grabada, según el dibujo del doctor Pezzia. Edad estimada: entre mil quinientos y dos mil trescientos años.

 En la imagen, pequeña piedra grabada hallada en una tumba de Ocucaje. Antigüedad, entre seiscientos y novecientos años.

La piedra es un pequeño canto rodado achatado, de 5,5 x 4 x 2 cm, de color pardo y textura algo rugosa. En una de sus caras representa un pájaro llevando un choclo y con las alas tendidas en pleno vuelo. El labrado se ha llevado a cabo mediante incisiones y rebajas achaflanados que producen la impresión de alto relieve. El diseño es fuerte y seguro, hermosamente trazado y hace un buen uso de la superficie de la piedra.

Informados del hecho, el director del museo de lca, señor Adolfo Bermúdez, y el conservador del mismo, el arqueólogo Alejandro Pezzia, se interesaron vivamente en él, confirmaron la clasificación de los restos encontrados y acordaron conmigo la forma y oportunidad más conveniente de dar a conocer el hallazgo.

EI 10 de setiembre, en compañía del doctor Pezzia, trabajamos todo el día en el cementerio de Tomaluz; pero, a pesar de haber encontrado abundante material arqueológico tianuanaco, no hallamos ninguna piedra labrada.

Al día siguiente nos dirigimos al sector la Banda, en la Hacienda de Ocucaje, y escogimos como sitio de trabajo el cementerio llamado Max Uhle. Allí, luego de descubrir varias tumbas, encontramos en una de ellas, cuya excavación presenciaba con el doctor Pezzia, otra piedra grabada.

 En 1968 fueron catalogadas mil quinientas piedras grabadas y lo hicieron los propios arqueólogos. De esto, nadie habla...

La tumba, ubicada en la parte inferior del cementerio, a juzgar por las evidencias que se hallaron en ella, corresponde a la cultura Paracas que se da en Ocucaje.

En cuanto a la piedra mágica, es un canto rodado de forma achatada y textura semirrugosa. En una de sus caras tiene representada una figura estrellada casi simétrica que bien podría ser la estilización de una flor. El labrado consiste, probablemente, en un burilado que dibuja la forma a base de incisiones de distinto grosor y profundidad.

El diseño es elegante y preciso, con refinamiento en ciertos detalles y un buen uso de la cara superior de la piedra. De acuerdo con las evidencias que se encontraron junto con ella, la piedra corresponde al Paracas-Cavernas de Ocucaje y su edad puede estimarse entre mil quinientos y dos mil trescientos años.

Con este hallazgo, en presencia de un destacado arqueólogo como el doctor Pezzia, se cierra un capítulo en la historia de las piedras mágicas de Ocucaje y se abren otros más promisorios e interesantes.

A la interrogante básica -concluye el artículo Santiago Agurto-: ¿serán falsas, serán auténticas?, que me ha cabido la suerte de despejar, suceden otras preguntas tan apasionantes como la primera pero más difíciles de contestar. Estoy seguro de que los arqueólogos y estudiosos del país le darán una pronta y segura respuesta que satisfará nuestra curiosidad y enriquecerá la historia y cultura del Perú.


Más de quince mil piedras grabadas Santiago Agurto, obviamente, se equivocó. A pesar de su buena voluntad y de la trascendencia de sus hallazgos, las piedras mágicas de Ocucaje -como él las bautizó- no se vieron libres de la duda. Todo lo contrario. Y a partir de 1975, como decía, la arqueología oficial peruana arremetió contra los indios de Ocucaje, ignorando lo que había sucedido en los años sesenta. El propio Alejandro Pezzia Assereto, arqueólogo y conservador del Museo Regional de Ica, confirmó en 1968 lo anteriormente apuntado por el ex rector de la Universidad de Ingeniería de Lima. En el tomo 1 del trabajo titulado lca y el Perú precolombino, Pezzia informa del descubrimiento de estas piedras labradas y asegura que el citado museo de Ica dispone de más de ochenta ejemplares. Más de ochenta piedras grabadas que fueron repartidas en nueve grupos, según el laboratorio del museo.

«Piedras -dice Pezzia- exornadas con motivos antropomorfos, consistentes de caras humanas y otras con mayor complicación; ejemplares decorados con diseños ictiomorfos, otras piedras con motivos de serpientes en la técnica realista. Los otros especímenes corresponden a las representaciones de lagartos convencionales, sapos, cuadrúpedos, loros, insectos y figuras múltiples. Muchos de los diseños encajan por sus grandes analogías con los estilos de la cultura Paracas, Nasca, Tiahuanaco e Ica, en especial los motivos de peces, serpientes, loros e insectos.»

Y Pezzia menciona cinco colecciones particulares de piedras grabadas -todas extraídas del desierto de Ocucaje-, entre las que destaca la del doctor Cabrera, con más de mil quinientos ejemplares. Corría el año 1968.

 El doctor Cabrera consiguió reunir once mil piedras grabadas. El censo total es muy superior.

Sumando las piedras existentes, tanto en museos como en colecciones privadas, no es difícil deducir que el número total de las mismas supera con creces las once mil que pueden contemplarse en la casa - museo del fallecido Javier Cabrera Darquea. En cierta ocasión, Basilio Uchuya me habló de un tal Rizzi, un millonario que había comprado mil quinientas piedras grabadas y las había trasladado a Estados Unidos con el fin de levantar una casa. Según Basilio, él mismo se las proporcionó...

Todo esto me lleva a pensar que han podido ser más de quince mil las piedras labradas que han pasado por las manos de los huaqueros iqueños...



Segunda ratificación de los arqueólogos En 1969, la arqueología oficial volvía a ratificar lo señalado por Santiago Agurto tres años antes. Esta vez fue el citado Pezzia quien llevó a cabo los descubrimientos de nuevas piedras grabadas. Así figura en la Guía del mapa arqueológico-pictográfico del departamento de lca, publicado, como digo, en 1969. En dicho texto se describe cómo, el 26 de octubre de 1966, el propio arqueólogo y conservador del museo de Ica encuentra una tercera piedra labrada en una tumba del cementerio San Evaristo, en la Hacienda Tomaluz (región de Cayango, en Ica).





 Desierto de Ocucaje. Según los cálculos de J.J. Benítez han sido desenterradas más de quince mil piedras grabadas.



La tumba -dice Pezzia- estaba formada por una fosa circular de 1,20 metros de profundidad. A los 50 cm de la superficie se ubicó la cabeza y los restos de una momia correspondiente a un niño, de aproximadamente, siete años, mirando hacia el sur, con los restos humanos destruidos por el proceso de la carbonización, a exclusión del maxilar inferior y algunos huesos pequeños. Por la observación se constató la posición sentada de la momia.



En la sección anterior de la momia y a nivel de la región pectoral, en dirección este-oeste, se descubrieron los siguientes documentos:



El primer testimonio arqueológico correspondió a una piedra o canto rodado de tipo andesita fuertemente carbonizada, de forma elíptica y chata, encontrándose decorada mediante el grabado inciso. La piedra es de color negro con manchas marrones, con 65 milímetros de largo, 45 de ancho y 20 de grosor, hallándose la cara inferior no decorada, presentando la superficie ondulada. El espécimen fue encontrado en posición horizontal con la cara grabada hacia arriba y cerca de la altura de los hombros de la momia.



La decoración corresponde a un «pescado» en técnica realista, de cuerpo alargado, cabeza grande, boca y ojos medianos, una gran aleta dorsal, dos pequeñas ventrales y una branquial. La cola es robusta y termina en una aleta caudal simétrica. Todas las aletas se encuentran decoradas por líneas cruzadas. El diseño ocupa casi toda la superficie de la piedra y está trazado sobre el diámetro perpendicular de la misma.





 El arqueólogo doctor Pezzia descubrió una piedra grabada junto a una momia, en Ica.



El vestigio se comporta como un nuevo elemento cultural de la prehistoria regional, constatado con asociación arqueológica. Indudablemente estas piedras grabadas han debido de cumplir una función importante dentro de las creencias de las remotas poblaciones del valle de lca, a juzgar por su apreciable simbolismo. Actualmente estos testimonios se están investigando en toda su amplitud para lograr conclusiones precisas...



Y el prestigioso arqueólogo peruano concluye su informe con las siguientes y demoledoras palabras: «La tumba en referencia ha servido para comprobar la autenticidad de las piedras grabadas durante los tiempos del Horizonte Medio en el valle de Ica.»



Se puede decir más alto, pero no más claro: para los arqueólogos -durante los años sesenta-, las piedras grabadas de Ica eran auténticas. Ellos mismos las habían descubierto en el fondo de tumbas prehispánicas. Pero, entonces, ¿qué ocurrió? ¿Por qué terminaron por ser rechazadas por la ciencia ortodoxa? Sólo cabe una explicación: las piedras de Ica quizá hubieran prosperado de no haber aparecido en ellas el «hombre gliptolítico»..., conviviendo con dinosaurios...



Esto, para los arqueólogos, era y es aberrante. El hombre -nuestra humanidad-, como ya mencioné, sólo tiene un millón escaso de años. Nuestra humanidad no pudo convivir con los citados animales antediluvianos. En consecuencia: las piedras grabadas de Ica son una falsificación...



Éste, lamentablemente, fue el «argumento» que trató de arrinconar y arruinar el gran enigma de Ica, Y la sombra de la duda planeó sobre Uchuya y el doctor Cabrera.

Lo que la arqueología «olvidó»

• 20 de agosto (1966): el arquitecto Santiago Agurto encuentra una piedra grabada en una tumba prehispánica en la Hacienda Cayano (lca). En una de las caras presenta un pájaro con las alas extendidas. Antigüedad de la tumba: entre seiscientos y novecientos años.



• 11 de septiembre (1966): cementerio de Max Uhle (lca). Agurto y el arqueólogo Alejandro Pezzia descubren una segunda piedra labrada. En una de las caras aparece una figura en forma de estrella. Antigüedad de la tumba: entre mil quinientos y dos mil trescientos años.



• 26 de octubre (1966): Pezzia desentierra una tercera piedra grabada en el cementerio de San Evaristo (Tomaluz, lca). La grabación representa un «pescado». Antigüedad de la tumba: alrededor de mil años.



• Octubre (?) (1966): Alejandro Pezzia encuentra una cuarta piedra grabada a cincuenta metros de la anterior, en una tumba cilíndrico-cónica de 1,60 metros de profundidad, en un terreno arenoso de poca humedad. Junto a los restos de dos momias (una de veinticinco años y otra de ocho) descubre una piedra grabada, tipo andesita, de color negro, forma elíptica y casi plana, con 66 milímetros de diámetro mayor, 45 de diámetro menor y 16 mm de grosor. Aparece grabada por una de sus caras, con la técnica de incisión. En el trazado se percibe una llama en un diseño realista. Dicha grabación abarca toda la superficie de la piedra, con una cabeza grande, orejas pequeñas, ojo elíptico, hocico rectangular y cuello corto. Antigüedad de la tumba: novecientos años.



Los primeros análisis Nada de esto sirvió a la hora de evaluar seriamente esos miles de piedras grabadas. El simple hecho de plantear, como mera hipótesis, que nuestra humanidad no hubiera sido la única aterrorizó a los especialistas y la «biblioteca» de piedra fue condenada.



Tampoco sirvió de mucho que Javier Cabrera hiciera públicos los primeros análisis científicos sobre la posible antigüedad de las incisiones y altorrelieves. Los arqueólogos «serios y oficiales» de Perú no los tuvieron en cuenta. Es más: ni siquiera los leyeron...



Éste fue uno de los permanentes lamentos del doctor Cabrera: «Ni siquiera se molestan en visitar mi museo y examinar las piedras...»



¿Y qué decían aquellos iniciales análisis científicos?



El primero del que tuve conocimiento procedía de la compañía minera Hochschild y aparece fechado en junio de 1967. El documento lo firma Erich Wolf y, en síntesis, dice así:



... Se trata indudablemente de piedra natural y redondeada por transporte fluvial (cantos rodados).



Petrológicamente las clasificaría como milonitas (o mylonitas) andesíticas. Las milonitas son rocas cuyos componentes han sido afectados mecánicamente a causa de altas presiones con simultánea transformación química. En nuestro caso quedan patentes los efectos de una intensa sericitación (transformación del feldespato en sericita). Este proceso ha incrementado la compacidad y el peso específico, creando por otra parte la suavidad que los antiguos artistas sabían apreciar en la ejecución de sus obras... Por lo demás cabe mencionar que las piedras están envueltas por una fina pátina de oxidación natural que cubre por igual las incisiones de los grabados, circunstancia que permite deducir su antigüedad.



No he podido observar ningún desgaste notable o irregular en las aristas de las incisiones, por lo que cabe la suposición de que han sido realizadas no mucho antes de depositar los ejemplares en las necrópolis o lugares donde ahora son encontrados...

Pátina de envejecimiento: la clave Pero Javier Cabrera no se rinde y envía un segundo lote de piedras grabadas al referido Departamento de Minas de la empresa Hochschild, en la capital peruana. El 22 de julio de ese año (1967), Erich Wolf responde a Cabrera con estas palabras:

...He vuelto a examinar las piedras del segundo lote y, francamente, no he encontrado nada que permita suponer que el tallado fuera trabajo reciente. En el caso de que a apariencia engañase, los artífices «envejecerían» artificialmente la superficie después de grabarla, tal vez por medio de un proceso de calentamiento. Pero realmente no lo parece. Todavía no sé si me será posible encontrar la manera de determinar la edad de esta pátina de oxidación que cubre toda a piedra, incluyendo los trazados de dibujo.



En plan de consulta he mandado ejemplares de su último lote a personas entendidas en la materia y estoy esperando contestación. Naturalmente pasará algún tiempo.


Ciencia es paciencia...



A mi entender, la única pista para mediciones directas es la pátina de «envejecimiento» o alteración superficial...


Estudios en Alemania Seis meses más de (22 de enero de 1968), Javier Cabrera vuelve a recibir noticias sobre las piedras grabadas. La carta de Wolf al Hospital Obrero de Ica dice así:

Estimado doctor:

Finalmente puedo volver con algún motivo sobre el asunto de los petroglifos.

Como recordará, mandé para su examen algunos ejemplares a la Argentina, otros a España (aún no tengo noticias) y también varios a la Universidad de Bonn, en Alemania.

De allí me informan de que las piezas han sido examinadas por el profesor Dr. Frechen y sus asistentes en el laboratorio de Petrología de la universidad. Confirman que se trata de una andesita. Todavía precisan que los grabados han sido realizados por frotación con mica blanca. Sin embargo, la medición de la edad de la película de oxidación no resultó posible, por encontrarse demasiado delgada.



Si la determinación directa no resulta practicable, debería considerarse con más atención 105 métodos indirectos o comparativos que ofrece la estratigrafía o la paleontología.



Habría que comenzar con un estudio exhaustivo del yacimiento o lugar del hallazgo para ver si se encuentra material contemporáneo cuya edad podría medirse (estratos primarios de cenizas volcánicas, restos orgánicos, restos de utensilios o cerámica, etc.) para llegar por comparación a algún resultado...

«No son recientes» y el 28 de enero de 1969, el amigo Wolf pone en contacto a Cabrera con el profesor Trimborn, de la referida universidad alemana de Bonn. Trimborn, una de las grandes autoridades mundiales del momento en cultura y etnología indígena del Perú y Bolivia, analiza tres piedras grabadas de Ica y emite el siguiente juicio:

...No se puede determinar la edad del surco, ni la Era en que se rellenó el grabado. (Estas incisiones se encuentran siempre rellenas de tierra.) Ni creemos que haya nadie en el mundo que pueda atestiguar con exactitud la antigüedad exacta de estas grabaciones. La oxidación, efectivamente, cubre la totalidad de la piedra. Sin embargo, repetimos, no se puede determinar su antigüedad. Sin embargo, los grabados o incisiones NO SON RECIENTES.



Nada de esto, como decía, fue contemplado por la casta arqueológica del Perú. Y uno se pregunta: si el doctor Cabrera hubiera sido un farsante, ¿por qué tanto empeño en analizar las piedras grabadas? El médico iqueño sabía que, de ser un fraude, tarde o temprano sería descubierto. Insisto: ¿por qué enviar ejemplares a las universidades?



Y, curiosamente, desde el principio, los laboratorios coinciden: «Una pátina o capa de oxidación natural cubre por entero las rocas (tanto en las partes no grabadas como en las incísiones).» En otras palabras: esa oxidación en los surcos reflejaba una considerable antigüedad.



Cabrera, sin embargo, como ya apunté, hizo caso omiso de las recomendaciones de los científicos que examinaron la «biblioteca» de piedra. No aceptó desvelar el yacimiento o los lugares de los que, supuestamente, se extraían las piedras. Y eso, en mi opinión, fue decisivo.



Así, Uchuya y la gente de Ocucaje fueron finalmente acusados de falsificadores. Según arqueólogos y periodistas, los vecinos de la citada aldea tomaban cantos rodados de los cerros próximos y procedían al grabado de los mismos. Y las piedras eran «comercializadas»...

Tenían razón, en parte.

Piedras falsas y auténticas Yo mismo he sido testigo, y así pude fotografiarlo, de cómo Basilio Uchuya, Irma Gutiérrez y otros vecinos de Ocucaje, graban un buen número de piedras, merced a sierras, punzones o cualquier tipo de instrumento cortante.



Primero los dibujan sobre los cantos rodados. Después los graban y, posteriormente, según los casos, proceden a «envejecerlos» artificialmente, bien con el uso del fuego o del enterramiento.



Pero esta realidad -provocada o no por los arrestos policiales de la década de los años setenta- no resuelve la incógnita, tal y como pretendieron los «sumos sacerdotes» de la arqueología peruana. Y no aclara el problema por varias razones:

1. Porque no despeja la incógnita de las piedras grabadas que han sido encontradas en las tumbas prehispánicas.

2. Porque los análisis efectuados en los años sesenta detectaban ya una pátina u oxidación natural que indicaba una considerable antigüedad de las incisiones. En ninguno de esos estudios de las universidades se observó señal alguna de «envejecimiento» artificial provocado por los artistas.



3. Porque no tiene sentido que alguien trabaje una piedra de mil kilos durante varios meses para después venderla por tres dólares, suponiendo que exista un comprador que pueda transportar semejante mole.



4. Porque Uchuya y sus vecinos son analfabetos. ¿Cómo expresar tal cúmulo de conocimientos si no saben qué es un trasplante o el ciclo biológico de un estegosaurio?



5. Porque el estudio comparativo de las piedras falsas y auténticas resulta siempre elocuente. Las primeras son burdas, con grabaciones toscas, imperfectas e infantiles. Las auténticas, en cambio, son de una extraordinaria belleza y precisión.



6. Porque, como ya señalé en su momento, para la grabación de esas once mil piedras existentes en la casa-museo de Ica, Basilio y su gente hubieran precisado decenas de años, trabajando, además, de sol a sol y sin respiro. Suponiendo, claro está, que «sólo» sean once mil...



La gran sorpresa Y el Destino -siempre atento- me salió de nuevo al encuentro. Fueron necesarios veintiocho años. Veintiocho años de paciente espera...



Recuerdo que, tras confirmar la noticia del fallecimiento de mi amigo el doctor Cabrera Darquea, sentí el impulso de llamar de nuevo a las puertas de la humilde choza de Basilio Uchuya, en la cercana aldea de Ocucaje. No sé muy bien por qué lo hice. Muerto Javier, ¿qué podía importarme el indio Uchuya? En apariencia, el enigma de las piedras de Ica se presentaba tan muerto como su gran defensor.



Pero no. Durante todos esos años tuve la satisfacción de disfrutar igualmente de la amistad de Basilio. E imaginé que la reciente muerte de Javier Cabrera le habría afectado. No me equivoqué.



Y aquel martes, 15 de enero del año 2002, me presenté en su hogar. Y surgió la sorpresa...



Durante un tiempo recordamos la figura del médico iqueño. Después, enzarzados por enésima vez en el misterio de las piedras grabadas, sugerí «algo» que no pasó desapercibido para Uchuya. Las circunstancias habían cambiado. Una vez muerto Cabrera, ¿por qué no revelar el lugar del que se extraían?



Basilio guardó silencio. Y aquella larga y extraña pausa me desconcertó. ¿Es que existía en verdad el yacimiento?



Y noté cómo el indio luchaba en su interior: Javier Cabrera estaba muerto. Ya nada era igual...



Fue el momento oportuno. Le garanticé un salario, en compensación por el posible tiempo perdido, y Uchuya, tras un tímido regateo, acepto: «Está bien -sentenció-. Tú serás el primero en verlo...»



EXCLUSIVA



Aquel histórico miércoles No podía dar crédito a lo que estaba pasando...



Basilio Uchuya había aceptado llevarme al yacimiento. Mejor dicho: hasta uno de los lugares donde, supuestamente, se desenterraban las célebres piedras grabadas. No, no podía creerlo. Después de veintiocho años...



¿Penetrar en el desierto y extraer las piedras grabadas?



Una operación así -de ser cierta- podría despejar, de una vez por todas, el oscuro enigma de la «biblioteca» lítica. Y digo bien: «de ser cierta...»





Uchuya señaló el lugar y los muchachos iniciaron la excavación en la pronunciada pendiente del cerro.



 Miré el reloj. Eran casi las 21 horas. Y decidí resistir «un poco más» en la casa de Uchuya.



El trato fue muy claro: al día siguiente, miércoles, 16 de enero, a primera hora de la mañana, regresaría a Ocucaje y Basilio me conduciría hasta uno de los cerros donde -según él- podría desenterrar las piedras. A cambio, él recibiría doscientos dólares y una botella de pisco.



<  Según los indios, las piedras grabadas han sido extraídas en el desierto de Ocucaje, un lugar desolado.


Pero, de inmediato, al cerrar el compromiso, me vino a la mente una poco tranquilizadora posibilidad: ¿estaba ante una trampa?


¿Qué garantías tenía de la sinceridad del indio? En realidad, ninguna. En cuanto me despidiera, Basilio podía salir de Ocucaje y enterrar algunas de las piedras grabadas en un cerro próximo. Y, como digo, traté de prolongar mi estancia en la choza. Cuanto menos tiempo de maniobra le concediera a Uchuya, más limpia será la operación del día siguiente.

Y aquel histórico 16 de enero, a las 8 horas, Uchuya nos condujo entre los resecos cerros del desierto de Ocucaje. No se alejó mucho de la aldea. Trepamos hasta lo alto de una de las pequeñas colinas y esperamos. Basilio observó los alrededores y dio la orden de proseguir. Con él caminaban tres muchachos jóvenes, provistos de las correspondientes palas. Finalmente se detuvo de nuevo.

Primera piedra Basilio examinó la ladera. Y al poco, marcando una amplia zona con la mano, animó a su gente para que iniciara la excavación. En ese momento intervine y detuve la acción de los indios. Tenía que asegurarme en la medida de lo posible. Y así lo hice. Me aproximé al terreno señalado por Uchuya y le solicité a Iván, mi hijo, que fotografiara la fuerte pendiente. Por mi parte me centré en la naturaleza y disposición de la ladera. Parecía un terreno bien apelmazado, sin huella alguna de excavaciones recientes.

Y al cabo de algunos minutos, satisfecha mi curiosidad, autoricé a Basilio para que iniciaran el trabajo.

Lo ideal habría sido contar con la presencia de geólogos y arqueólogos que, obviamente, levantaran acta de lo acaecido en aquella calurosa mañana. Pero el «sí» de Basilio fue tan súbito que, francamente, no tuve margen de maniobra. De todas formas, allí estaban las cámaras de «Planeta encantado» como un improvisado e implacable «notario»...

A simple vista, insisto, la tierra y los guijarros que daban forma a la acusada pendiente aparecían compactos y sin huella de manipulación previa. Si Uchuya hubiera enterrado las piedras grabadas horas antes, lo lógico es que la ladera presentase otro aspecto.

Y nervioso, esperé...

Cuarenta y cinco minutos más tarde el corazón me dio un vuelco. Omar, uno de los muchachos de Ocucaje, detuvo la pala y señaló un punto entre la polvareda. Todos corrimos hacia la zona. Todos menos Basilio. Me incliné sobre el terreno y, en efecto, descubrí una pequeña piedra grabada, semienterrada. Ante mi asombro, todo parecía correcto. La tierra se hallaba seca, sin señal alguna de excavación previa. Y despacio, muy lentamente, cepillo en mano, procedí a extraerla.

Histórico día. Por primera vez, las cámaras daban fe de la extracción de piedras grabadas en Ocucaje.

¡No podía creerlo! Aquello, efectivamente, era una piedra grabada ... Pero, entonces...

Miré a Uchuya. El indio seguía en el mismo lugar. Y se limitó a sonreír. Nunca supe si aquella sonrisa escondía una doble intención...



Nueve piedras grabadas Minutos después, reanudados los trabajos de excavación, otro de los indios dio la voz de alarma. iSegunda piedra grabada!



Procedí al mismo y minucioso sistema de análisis, limpieza y extracción de la roca. Aquélla, como la anterior, llevaba mucho tiempo en el cerro. Pero ¿cuánto?



A cada palada, la fuerte inclinación hacía que los cantos rodados y la tierra se precipitaran hacia la base del cerro, lo cual dificultaba la localización de los ejemplares grabados. En buena lógica, si alguien hubiera tratado de enterrar previamente aquellas piedras, la referida inclinación de la ladera -superior a un 40 por ciento- habría obstaculizado seriamente el trabajo. Es más: dudo que el autor del supuesto fraude hubiera sido capaz de sepultar un solo ejemplar.





Tensa emoción al descubrir una nueva piedra grabada. Casi todas aparecían a escasa profundidad.



¿Cuántas piedras grabadas se perdieron ladera abajo en aquella increíble mañana? Nunca lo sabré...



La cuestión es que, en poco más de hora y media, Uchuya y su gente sacaron a la luz un total de nueve piedras grabadas. Es decir, a razón de una cada diez minutos. Dos de ellas, de gran peso y considerables dimensiones. Y todas -no me cansaré de insistir- en un terreno virgen, sin huellas de manipulación previa.



La experiencia fue desconcertante. ¿Significaba esto que Basilio Uchuya decía la verdad? ¿Debía tomar el hallazgo de estas piedras labradas como la confirmación de las teorías del doctor Javier Cabrera?



Sinceramente, después de estas extracciones, mi confusión en torno a las piedras mágicas de Ica aumentó considerablemente.  J.J.Benitez

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