miércoles, 24 de febrero de 2016

LA MENTIRA QUE NOS HA CONTADO EL SISTEMA SOBRE LA EDAD MEDIA

1
EL MEDIOEVO
COMO NUNCA
TE LO HAN CONTADO
Félix Rodrigo Mora
El medioevo, o sociedad medieval, comprende el periodo
histórico que transcurre en Occidente desde el final del régimen
imperial romano, en el año 476, hasta la llegada de los europeos a
América en 1492. Más de mil años. En él se incluyen sociedades
radicalmente diferentes entre sí, desde el infausto imperio carolingio
a las organizadas conforme al orden concejil, comunal,
consuetudinario y foral de los pueblos de la península Ibérica, así
como periodos muy diversos, desde la estabilidad, autogobierno y
prosperidad de los siglos X-XII a la crisis del siglo XIV, con la
desintegración social, el retorno a la tiranía política instituida y la
peste negra.
Para los fines del presente artículo, por sociedad medieval se
entiende la que es construida en el norte de la península ibérica por
los pueblos libres que allí habitaban en los siglos VIII y IX, y en el
resto de Europa a partir del siglo X, tomando como elemento
inspirador el ideario, reglas y modos de existencia del monacato
cristiano popular, o revolucionario, y sobre la base de las
pervivencias pre-romanas de los pueblos europeos occidentales.
Como se ha dicho, esta sociedad entra en descomposición en el
siglo XIV. El orden estético que la define y caracteriza
principalmente es el románico1.
1Sobre
esta
cuestión,
“Tiempo,
historia
y
sublimidad
en
el
románico
rural”,
Félix
Rodrigo
Mora.
2
El mundo medieval ha sido y es fieramente calumniado,
siendo su historia adulterada para ofrecer una interpretación y una
imagen obscurecida, repulsiva, horrible. A la persona corriente le
llega de aquél un revoltijo descalificador e intimidante, en el que se
mezclan “los señores feudales” con la peste negra, la ausencia de
prerrogativas individuales y colectivas, la brutalidad ilimitada y la
superstición (los tan célebres como falsos “terrores del año mil”), las
hambres, plagas y enfermedades… Sólo muy recientemente esa
pseudo-historiografía, que deforma y calumnia todo un tiempo
histórico, por causa de variados y poderosos intereses políticos
contemporáneos, ha comenzado a ceder en algo2. No obstante, las
pocas voces discrepantes, que se oponen al discurso oficial y a la
ortodoxia, continúan siendo marginadas y ninguneadas.
En el presente artículo se va a tratar la realidad de las clases
populares en los momentos positivos del medioevo de Europa
occidental, poniendo énfasis en la revolución altomedieval de los
siglos VIII a X que tiene lugar en los territorios del norte de la
península Ibérica libres de la dominación imperialista del Estado
islámico andalusí, así como en otros espacios europeos. En ellos se
producen magnas mutaciones civilizadoras que incluso van a dar
origen a comunidades humanas estables todavía hoy determinantes
(Cataluña, Castilla, Navarra, Aragón, Asturias, Galicia, etc.) que
antes, en la Antigüedad, no existían.
Nadie motivado por la buena voluntad y el deseo de pensar y
decir la verdad puede negar que la Alta Edad Media fuera un tiempo
de formidable creatividad política, económica, social, lingüística,
cultural, estética, etc., una edad plena de vitalidad y energía, una
era en la que Europa, los pueblos europeos y la gran mayoría de
sus lenguas, tal como ahora existen, son creadas.
Contestar, aunque sólo sea a las principales alteraciones de la
verdad que se cometen habitualmente en esta materia, es una tarea
2
El
artículo
“Sobre
la
ciudad
de
León
como
“cuna
del
parlamentarismo””,
en
mi
blog,
esfuerzoyservicio.blogspot.com,
comenta
la
declaración
en
2013
por
la
Unesco
de
León
como
origen
del
parlamentarismo
debido
a
las
convocatorias
de
las
cortes
leonesas
en
los
años
1188
y
1194,
en
las
que
“representantes
elegidos
de
pueblos
y
ciudades”
están
presentes
y
actúan,
“tomando
decisiones
del
más
alto
nivel”.
Con
esto
se
quiebra
un
poquito
-­‐sólo
un
poquito-­‐
toda
una
descomunal
avalancha
de
falseamientos
y
calumnias
políticamente
motivada
contra
la
Edad
Media.
Empero,
lo
que
las
cortes
de
León
citadas
efectúan
no
es
diferente
a
lo
que,
para
esos
mismos
siglos
medievales,
realizaron
las
cortes
de
Aragón,
de
Navarra
o
de
Castilla.
Estamos
ante
un
orden
político
peninsular
y
europeo
compartido,
no
ante
un
actuar
excepcional
privativo
de
la
sociedad
leonesa.
3
ímproba, ingrata y larguísima. Por eso ahora se considerarán
únicamente algunas cuestiones fundamentales.
LOS FUNDAMENTOS DOCTRINALES
DE LA REVOLUCIÓN ALTOMEDIEVAL
La cosmovisión que orienta la gran mutación altomedieval de
los siglos VIII a X es el cristianismo, de manera que la sociedad
medieval puede ser considerada como la realización práctica del
ideario cristiano. Ya en el siglo IV el imperio romano había hecho
del cristianismo primero religión tolerada y luego religión oficial del
Estado, pero ese cristianismo no era el inicial o primitivo de los
siglos I a III, no era el genuino, obra popular y revolucionaria, sino
una construcción política e ideológica al servicio de la razón de
Estado. Eso explica que el cristianismo de, por ejemplo, los reinos
germánicos (del reino visigodo en la Península Ibérica), en todo lo
esencial continuadores de Roma, no fuera el verdadero3.
El cristianismo genuino se expresa, sobre todo, en el
Apocalipsis, el evangelio de San Juan, las epístolas de éste, alguna
de las epístolas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles. La
lectura de este último texto es imprescindible para comprender la
estructura política y social del mundo medieval en sus momentos de
positividad y flujo civilizador.
Si el Estado romano había casi liquidado el cristianismo de
verdad, primero a través de las persecuciones y luego con una hábil
tergiversación de sus contenidos, sentido y metas, aquél reacciona
con una construcción original, que renueva y actualiza el primer
cristianismo, el monacato cristiano, al que se puede tildar de
revolucionario por su grandiosa función transformadora integral.
Ante la presión, múltiple y feroz, del aparato estatal romano,
desde finales del siglo IV se van apartando a lugares remotos,
desiertos y bosques, personas y colectivos que no quieren
someterse a él, que desean hallar espacios de libertad en los que
vivir el ideario cristiano en su pureza y perfección. De ahí resulta el
movimiento monástico. Su idea guía era vivir la cosmovisión del
3
El
enfrentamiento
entre
el
cristianismo
auténtico
y
el
tergiversado
se
expresa
en
la
obra
cumbre
de
uno
de
los
grandes
pensadores
del
renovador
orden
altomedieval,
Beato
de
Liébana,
que
polemiza
con
dureza
con
Elipando,
prelado
de
Toledo
a
finales
del
siglo
VIII.
Se
ha
hablado
del
“partido
de
los
monjes”,
o
revolucionario,
y
el
“partido
de
los
obispos”,
o
institucional.
Para
lo
referido
a
ese
autor,
“Obras
completas
de
Beato
de
Liébana”,
II
Tomos.
4
amor de unos a otros, sin propiedad privada, con comunidad de
bienes, logrando todo lo necesario con el trabajo de las propias
manos, por tanto, sin esclavos, conservando y estudiando la cultura
clásica griega y romana, practicando la virtud y cultivando los
bienes del espíritu, gobernándose por procedimientos asamblearios,
en suma, viviendo como lo habían hecho los primeros cristianos,
conforme está descrito en el texto antes citado, los Hechos de los
Apóstoles.
Por supuesto, no todo el monacato fue revolucionario, pues
una parte se amolda al orden vigente e incumple alguno o varios de
los principios fundadores, por lo general el de la obligatoriedad del
trabajo manual, de donde resultaban monasterios estratificados, con
una minoría explotadora, que no trabajaba, y una mayoría que lo
hacía para otros. Esto llevó a que el ideal del amor mutuo quedase
falseado o directamente repudiado. Pero fue el monacato realmente
cristiano el que prevaleció, y el que originó la gran transformación
altomedieval en el sur de Europa, que luego se dio en el centro y
norte del continente en fechas algo más tardías.
Hubo, pues, dos monacatos. Uno revolucionario y popular,
otro reaccionario y aristocrático, vinculado a los poderes políticos y
económicos constituidos, y a su servicio.
El monacato regulaba su vida en común a través de las reglas
monásticas, o estatutos que fijaban los modos de existencia del
cenobio, o asociación monacal. Hubo muchas reglas, y hasta
nuestros días han llegado varias docenas de ellas. Una que fue
decisiva para el monacato oriental, es la de San Basilio, redactada
hacia el año 356 en lo que hoy es Turquía, bastante exigente en
cuando a compartirlo todo y realizar el ideal del amor en la práctica
diaria. En Occidente se terminó imponiendo con el paso de los
siglos la regla de San Benito, escrita en Italia a comienzos del siglo
VI, de carácter poco revolucionario en sí misma.
En la península Ibérica el cristianismo no llegó por un acto de
violencia o conquista sino por la adhesión voluntaria de más y más
personas al ideario evangélico, a partir del siglo III y sobre todo el
IV, en unas muy duras condiciones de persecución por el aparato
policial, judicial y militar de Roma. Esto conviene explicarlo. Quienes
se negaban a colaborar con el poder romano, repudiaban sus
instituciones y no compartían sus disvalores, fueron perseguidos y a
menudo muertos tras duros tormentos. Era los mártires. En su
5
resistencia al Estado había causas religiosas, cómo no, pero
también políticas, sociales, económicas, culturales y de otra
naturaleza. El cristianismo fue una oposición radical, de naturaleza
revolucionaria, al poder estatal romano y a su clase terrateniente y
adinerada.
Eran dos cosmovisiones opuestas y enfrentadas, dos
maneras de concebir la condición y el destino humano.
En la península Ibérica el monacato cristiano revolucionario
fue bastante activo y creativo. En el siglo VI ya había monasterios
por todas partes, algunos institucionales y otros populares, por
tanto, contrarios al orden estatal visigodo. Estaban los monasterios
dúplices, donde convivían mujeres y varones en pie de igualdad; los
monasterios pactuales, en los que el gobierno de la comunidad
resultaba de un pacto o acuerdo de sus integrantes, que se solía
plasmar por escrito, y los monasterios familiares, donde el ideario
cristiano era realizado no por individuos sino por familias4. Para el
siglo VII el monacato revolucionario se había desarrollado tanto que
el poder estatal visigodo comenzó a sentirse en peligro, de ahí que
una facción mayoritaria de él citase al imperialismo islámico para
que, por medio de un gran acto de fuerza, restableciera el poder de
las elites, viejas y nuevas, a partir del año 711.
Un rasgo decisivo del monaquismo revolucionario fue su
aproximación a los pueblos europeos que habían resistido el poder
de Roma, sin dejarse asimilar por él. En la península Ibérica eso
sucedió con los cántabros, asunto bien documentado y, con
seguridad, también con los vascones. El motivo es fácil de hallar:
las formas de vida de tales pueblos y lo propuesto por el verdadero
cristianismo eran tan similares que la fusión se hacía con facilidad,
máxime si el cristianismo les proporcionaba una nueva concepción
de sí mismos y renovadas metas. Por eso tales pueblos son
fácilmente cristianizados en los siglos VII-IX.
En efecto, la sociedad altomedieval hispánica (o sea,
peninsular) es un retorno de los pueblos pre-romanos al escenario
de la historia. Su aportación es tan importante como la del
cristianismo: éste estatuye lo reflexivo y aquellos lo básico. Sin
4
Por
asombroso
que
parezca,
no
hay
libros
de
calidad
sobre
uno
de
los
elementos
fundacionales
de
la
Europa
occidental
actual,
esto
es,
faltan
buenas
obras
de
síntesis
sobre
el
monaquismo.
Una
que
ofrece
parte
de
la
información
aunque
resulta
deficitaria
en
la
objetividad
y
la
imparcialidad
es
“El
monacato
primitivo”,
García
M.
Colombás.
6
valorar como decisiva la contribución de aquéllos a la revolución
altomedieval ésta no puede ser bien comprendida.
Son muchos las áreas en que las huellas del monacato
cristiano revolucionario se localizan aún hoy. Son las llamadas
“capadocias”, o concentración de eremitorios y cenobios en un
territorio. Habitó aquél en cuevas, como puede verse todavía hoy en
Álava, Cantabria, norte de Burgos, El Bierzo, a Ribeira Sacra,
Montserrat, sierras del sur de la península, etc., o en modestos
edificios comunales de piedra, madera, tierra y cañizo, diferentes de
las grandiosas edificaciones todavía hoy existentes. Éstas, por lo
general, no proceden del monacato popular, o revolucionario, sino
del institucional.
En el centro de Europa la conocida como “reforma de Cluny”,
de la segunda mitad del siglo X y el siglo XI, va a establecer la
sociedad europea que, en su sustrato más antiguo, ha llegado hasta
nuestros días. Cluny fue un monasterio fundado en Borgoña el año
910. Su concepción de la totalidad de la vida social se difunde con
rapidez, originando un gran cambio social e individual cuyo
significado es la constitución de una nueva formación social
europea. Ésta deja por fin atrás el mundo antiguo. El monasterio de
Cluny, apoyándose en lo ya elaborado en la península ibérica,
sobre todo por el arte altomedieval asturiano, va a crear un nuevo
estilo constructivo y estético, el románico, que se convierte a partir
del siglo XI en el primer arte europeo internacional dinámico y
pujante, superándose con ello la era de decadencia que originó la
hiper-extensión del poder del Estado romano a partir del siglo I y de
sus continuadores, los reinos germanos.
El problema de superar el mundo antiguo, de crear un orden
social y vivencial superior, era de una enorme complejidad. En su
monstruosa solidez, la Antigüedad era muy difícilmente superable,
lo que obligó a existir entre sus ruinas físicas e intelectuales, una
vez que entró irremediablemente en crisis en el siglo III. La pregunta
de cómo salir de ella pero hacia adelante tenía una respuesta harto
difícil. Las rebeliones de esclavos no llevaron a nada positivo
porque aquéllos, corrompidos por su misma condición de no libres,
carecían de un ideal superador y superior, así como de la calidad
personal y colectiva necesaria para ser sujetos revolucionarios5.
5
En
mi
blog
examino
esta
cuestión
tomando
como
caso
concreto
la
célebre
rebelión
de
esclavos
dirigida
por
Espartaco
en
los
años
73-­‐71
antes
de
nuestra
era,
según
es
descrita
y
estudiada
en
el
libro
“La
guerra
de
Espartaco”,
de
Barry
Strauss.
7
Algo similar aconteció con los pobres libres, corrompidos por
la política estatal de “pan y circo”, desmoralizados y pervertidos por
la pereza, la desintegración moral y el egotismo, la ausencia de
ideales, el no ganarse el pan con sus manos y el epicureísmo. Los
germanos, al penetrar el imperio en el siglo V, lejos de revitalizar y
renovar la sociedad, como algunos anhelaban (por ejemplo,
Salviano de Marsella, uno de los más destacados representantes
del monacato revolucionario del aquel siglo en Occidente), se
reducen a mantener y actualizar las viejas estructuras.
Como respuesta hiper-creativa a la imposibilidad de saltar
desde la Antigüedad a una formación social superior, el cristianismo
elabora su estrategia del amor. Tal formulación consistió en negar
punto a punto lo esencial del mundo romano, en particular la
estatización de la sociedad, con lo que ésta lleva aparejado,
violencia creciente, disolución de todos los vínculos sociales
naturales, desplome de la calidad media de la persona, parasitismo,
indisciplina, extinción del civismo e irresponsabilidad, guerra de
todos contra todos, pérdida del tesoro cultural, del erudito tanto
como del popular, auge del esclavismo con sus perversas
consecuencias económicas, morales y convivenciales, descréditos
del trabajo productivo, etc. A todo ello replica transformadoramente
el cristianismo originario y, luego, el monacato.
Su estrategia de eliminación del régimen esclavista aunaba
varios puntos esenciales, lo que ocasionó una respuesta integral a
aquella terrible lacra. En primer lugar estaba la cosmovisión
amorosa, que contemplaba al esclavo como un igual y no como una
criatura infame, como alguien que debe ser amado y, lo que es tan
importante como lo anterior, que está obligado a amar. Al mismo
tiempo, ensalzó el trabajo manual, haciéndolo obligatorio para todo
cristiano, con lo que se ataca en su raíz la división social del trabajo
y su funesta diferenciación entre explotadores (no trabajadores) y
explotados. El esclavo debía, además, revolucionarizarse a sí
mismo, como persona, haciéndose sujeto de virtud, esto es,
diligente, activo, responsable, ordenado, autosuficiente y confiable,
y ya no alguien que envidaba a los esclavista y su decadente estilo
de vida, como era lo habitual. El ascetismo, moderado siempre en el
verdadero cristianismo, aportaba un complemento secundario pero
necesario al proceso emancipador, al hacer que el esclavo valorase
los bienes espirituales por encima de los materiales.
8
Si a todo eso se une la meta de desarticular el ente estatal
romano, celoso guardián jurídico y policial del orden esclavista, y la
extinción de la clase terrateniente, se consigue una respuesta
integral al esclavismo, que fue eficaz. Para el siglo X aquél
comenzó a estar en regresión en todo el Occidente cristiano,
desapareciendo de las actividades productivas muy poco después,
que desde ese tiempo quedan como quehacer de los hombres y las
mujeres libres. Esto contrasta con la sociedad musulmana andalusí,
en la que el esclavismo, incrementado incluso respecto al pasado
(pensemos en una de sus varias manifestaciones, quizá la más
dramática, el tráfico de esclavas para los harenes de los potentados
musulmanes, que cada año afectaba a miles de mujeres
peninsulares, reducidas a la condición de mercancías), se mantiene
en vigor, y con la situación en Europa del este, donde la pervivencia
del Estado en lo que se denomina el imperio romano de Oriente,
impide la revolucionarización de la sociedad, el individuo y la escala
de valores, lo que mantiene la esclavitud.
El cristianismo, en la forma de monacato cristiano y de la
sociedad por él inspirada, logró triunfar ahí donde las rebeliones
espontáneas de esclavos y libres pobres habían fracasado. Ello
exigió dar un rodeo de siglos… y su triunfo fue incompleto, parcial y
sólo temporal, como se pone de manifiesto en la “crisis del siglo
XIV”.
Otro de los grandes logros del monacato cristiano fue la
salvación de una parte, la que pudo ser salvada, de la cultura
clásica, griega y romana. Esto se explica considerando que el
cristianismo, comprendido con objetividad, desde las fuentes
históricas y no desde las versiones manipuladas de clericales y
anticlericales, es una parte de aquélla tanto como una derivación
negadora del viejo judaísmo lo que, dicho sea de paso, hace
absurda la fórmula “judeocristiano”. Las coincidencias, por ejemplo,
entre aquél y la filosofía cínica griega son enormes, como han
probado estudios eruditos. Por eso, una vez que la formación
estatal romana entra en decadencia, dejando no sólo de producir
cultura sino también de transmitirla y conservarla, es el monacato
cristiano quien se hace cargo del estudio, análisis y preservación de
los saberes clásicos, filosofía, arquitectura, moral, matemáticas,
medicina, agricultura, oratoria, historia, pedagogía y un largo
etcétera.
9
La meta última de la revolución cristiana de la Alta Edad
Media era constituir una sociedad de la convivencia y la relación,
del afecto, la cooperación, la ayuda mutua y el amor. Entender esto
es inteligir el meollo de los acontecimientos que entonces tuvieron
lugar. Cada formación social tiene unos fines definidos y aquélla fijó
para sí los citados. Eso se sustanció en una sociedad sin apenas
propiedad privada en su fase inicial, sin aparato estatal,
autogobernada por asambleas populares, atenta a las metas
espirituales, en primer lugar a la concordia y la relación, con notable
calidad del sujeto y mucha energía, física y espiritual. El siglo XII
europeo, el de la apoteosis, está determinado por tales valores,
pero al mismo tiempo es el del inicio de su desintegración, que se
hace bien visible a partir de mediados de la centuria siguiente.
Una consecuencia de la revolución convivencial y amorosa
altomedieval es la transformación de la vida psíquica y emocional
del ser humano, con la aparición de experiencias anímicas nuevas,
antes desconocidas, como el amor de enamoramiento, que se
expresa en un segundo momento en el sexo por amor. Esto, que no
existía en la Antigüedad, donde el Eros o estaba exigido por la
razón de Estado en el matrimonio o resultaba simplemente del
deseo, es una de las grandes mutaciones mejorantes de la historia
de la humanidad. El amor cortés es parte de ello pero sólo parte, de
la que se ha abusado expositivamente en la historiografía
contemporánea, con la consecuencia de velar e incluso ocultar la
riquísima y variada vida popular amatoria y erótica. La precondición
del amor de enamoramiento fue el fin del patriarcado, consustancial
al derecho romano y desaparecido con él en la gran mudanza
civilizacional altomedieval.
LOS LOGROS DE LA REVOLUCIÓN ALTOMEDIEVAL
Se fijará la atención en nueve realizaciones fundamentales.
Aquella transformación cambia la cosmovisión y el paradigma
inspirador de la vida social. Deja de cumplir tal función el Estado y
la razón de Estado, con sus expresiones concretas: jerarquización,
enfrentamiento interpersonal, centralidad de la fuerza y la violencia,
dominio de la ley sobre la ética y los valores, nulificación de la
persona, propiedad privada, etc., para pasarlo a ser el amor y la
vida de relación, con sus consecuencias lógicas: horizontalidad,
reconciliación entre los individuos, centralidad del mutuo servicio,
prevalencia de los valores sobre las legislación, conversión de la
10
voluntad popular en norma legal, soberanía del sujeto, propiedad
colectiva, etc. La sociedad altomedieval se organiza en su totalidad
para lograr un fin primordial, la maximización de la convivencia, la
apoteosis del amor mutuo: tal es la aplicación del ideario cristiano a
la existencia social. La sociedad revolucionaria medieval es la anti-
Roma, la negación del opresivo y militarizado orden romano. Por
eso los héroes del medioevo son los mártires cristianos, aquellos
que habían sido exterminados por “la bestia”, Roma. Sus nombres
aparecen por doquier, también en la toponimia.
En el trabajo tiene lugar una decisiva revolución, que había
sido preparada por el monacato cristiano desde hacía siglos. Se
hace el trabajo manual, o productivo, universalmente obligatorio
para todas las personas aptas, al mismo tiempo que se reduce en
mucho el tiempo de trabajo (el mundo medieval conocía unos 150
días de fiestas no laborables por año) y la duración de la jornada. El
trabajo deja de ser el tormento de antaño y se eleva a modo de
realización del individuo, a experiencia colectiva y personal muy
satisfactoria, al combinar la producción con la relación, la
cooperación y la fiesta. En ese contexto la esclavitud tanto como el
trabajo asalariado pierden todo su sentido y desaparecen. Eso hace
de Europa occidental el primer lugar del planeta sin esclavitud ya a
partir de los siglos IX-X, lo que expresa la supremacía civilizatoria
de la nueva formación social.
Aunque la abundancia material, el consumo y el bienestar
fisiológico no eran metas del cristianismo la reorganización de la
vida económica excluyendo la esclavitud, por un lado, y el derroche
de las viejas aristocracias, que se disuelven en el cuerpo social y
extinguen, por otro, erige una sociedad de una razonable
abundancia material. Prospera la agricultura, avanzan los oficios, se
desarrolla el comercio y las ferias, tiene lugar una notable eclosión
de innovaciones tecnológicas aplicables a la producción, entre las
que destacan las máquinas de agua, el molino en primer lugar6.
Todo ello se logra con un uso mínimo de la moneda, con los
mecanismos del mercado relegados a un lugar bastante secundario,
sin propiedad privada concentrada ni principio del lucro. Se puede
6
Un
clásico
sobre
esta
materia
es
“La
revolución
industrial
en
la
Edad
Media”,
Jean
Gimpel,
que
sirve
asimismo
para
desmontar
las
especies
calumniosas
vertidas
sobre
el
mundo
medieval
como
un
orden
regresivo,
estancado,
oscurantista,
ignorante,
degenerado
y
miserable.
Lo
cierto
es
que
el
medioevo
es
un
colosal
salto
adelante
en
el
terreno
productivo
y
técnico
en
relación
con
la
Antigüedad,
siendo
la
primera
sociedad
que
otorga
a
la
máquina
(en
tanto
que
instrumento
concreto
hecho
en
este
caso
a
la
medida
del
ser
humano)
un
lugar
central
en
la
producción.
11
sostener incluso que el exceso de riqueza material que se originó
dañó sustantivamente al orden convivencial altomedieval, siendo
uno de los factores causales de su degeneración a partir de 1250.
Si al final del mundo antiguo lo que dominaba era la gran
hacienda privada, el latifundio, en la sociedad medieval lo que se
encuentra, por este orden, es la propiedad comunal, la propiedad
familiar (casas, cierto tipo de ganado y huertos anejos sobre todo),
la propiedad colectiva y los bienes de los monasterios, a los que en
un segundo momento se irá sumando la propiedad de la corona,
que incluye la de sus brazos, el eclesiástico y el nobiliario. Hay pues
una expropiación de los latifundios y una liquidación de las elites
parasitarias, con la reducción al mínimo de los bienes de lujo y del
consumo improductivo. El mundo medieval fue una sociedad del
trabajo, una república de trabajadores, donde cada cual se ganaba
el sustento con el propio esfuerzo, lo que era tenido como un
mandato del amor fraterno. La torpe pretensión de negar el carácter
esencialmente comunal de la propiedad fundiaria en el medioevo
central está en contradicción, por ejemplo, con la enorme masa de
bienes comunales expropiados por el Estado en el siglo XIX a las
comunidades campesinas, todos ellos constituidos en la revolución
altomedieval7.
Si el mundo antiguo estaba nucleado sobre la ciudad el orden
medieval innovador lo está sobre la aldea. Esto es una revolución
de una importancia colosal. La ciudad antigua, debido a su
irracionalidad, despotismo y parasitismo ocasionados por ser el
espacio de configuración del Estado, no era sostenible, de manera
que decae desde el siglo II, extinguiéndose una buena porción de
ellas a partir del siglo IV. La sustituye la aldea medieval,
concentrada o dispersa, una innovación genial. Con ella se logran
resultados formidables en lo político, convivencial, económico,
demográfico, medioambiental, estético y de otra naturaleza. La
aldea medieval, que se constituye y expande con fuerza en el siglo
IX en el norte peninsular, es continuadora de los monasterios
7
El
mérito
intelectual
de
demostrar
y
enfatizar
esta
cuestión,
obvia
en
si
misma
pero
negada
por
una
historiografía
supuestamente
“radical”,
entregada
a
la
parcialidad
política
y
la
mentira,
es
de
Alejando
Nieto
en
su
libro
“Bienes
comunales”.
En
efecto,
el
comunal
de
nuestra
historia,
una
parte
del
cual
aún
pervive
precariamente,
es
creación
medieval,
y,
¿hay
un
modo
mejor
que
este
aserto
de
rendir
homenaje
a
la
revolución
de
la
Alta
Edad
Media?
Con
todo,
la
obra
de
Nieto,
tan
influyente,
contiene
un
error.
Al
traducir
el
“homines”
de
los
códices
medievales
por
“hombres”
y
no,
como
es
lo
correcto,
por
“seres
humanos”
(para
hombres,
en
el
sentido
de
varones,
la
palabra
latina
es
“viris”)
da
argumentos
a
quienes,
maliciosamente,
califican
de
“patriarcal”
a
la
sociedad
medieval.
Los
bienes
comunales
eran,
en
realidad,
patrimonio
indiviso
de
los
“homines”
de
cada
lugar,
esto
es,
de
los
seres
humanos,
hombres
y
mujeres,
de
él…
12
familiares de los siglos precedentes. Con su enorme potencial
demográfico, solucionó también el declive poblacional del mundo
antiguo y sus derivaciones tardías.
La cosmovisión del amor del cristianismo demandaba superar
la contradicción entre mandantes y mandados, dominadores y
dominados, opresores y oprimidos, vale decir, entre Estado y
pueblo. La respuesta medieval fue la liquidación del Estado como
cuerpo ajeno a la sociedad que se sitúa fuera de ella, la domina con
sus aparatos de constricción y la expolia con el sistema fiscal.
Quienes están unidos por lazos de amor co-gobiernan en pie de
igualdad la vida colectiva por el único procedimiento posible, el de la
asamblea soberana. La aldea medieval, así como la villa e incluso
la ciudad de entonces, establecer el régimen de concejo abierto en
tanto que sistema de asambleas que permiten la intervención
directa y no delegada de todas las personas adultas en la vida
colectiva. El concejo rige asimismo la actividad productiva. Hay un
concejo de concejos, que gobierna la comarca, y un concejo
general para la totalidad del territorio, lo que luego serían las cortes.
El fundamento del poder concejil, o asambleario, es el pueblo en
armas, las celebres milicias concejiles, que defienden la revolución
altomedieval peninsular contra su enemigo principal, el Estado
islámico andalusí, agresor, esclavista e imperialista. El concejo
posee asimismo el poder legislativo, de cuyo ejercicio resulta el
derecho consuetudinario, o de creación popular, una parte escrito
en los fueros municipales y cartas de población, dando origen a la
sociedad foral. La notable cantidad de tales documentos jurídicos
que aún hoy existen es otra prueba más de la vitalidad creadora de
aquella formación social popular.
Uno de los logros más impresionantes de la sociedad
medieval es la constitución de comunidades humanas nuevas, que
son creadas a partir de realidades precedentes pero en sí mismas
innovadoras. Tales son Asturias, Cataluña, Navarra, Castilla,
Aragón… lo que incluye la constitución de nuevas lenguas, nuevas
culturas y nuevas idiosincrasias, comunidades que siguen hoy, más
de un milenio después, siendo estables y decisivas. Todas ellas se
forman en los siglos altomedievales, entre el VIII y el X. La
historiografía oficialista ha acuñado la expresión “reino de Asturias”,
“reino de Navarra”, etc. que no son apropiadas. Antes de ser reino
Asturias es un pueblo, que proviene de los astures pero que es
mucho más que éstos, cualitativamente diferente. Navarra es
asimismo pueblo antes que reino (incluido el reino de Pamplona, su
13
primer modo de existir), el pueblo de Navarra, que emerge del
mundo vascón pero que es progresivo respecto a éste. La
cronología de los primeros reyes asturianos o navarros está
manipulada y podemos estar seguros, especialmente en el segundo
caso, de que durante un tiempo no hubo reyes, siendo éstos
relativamente tardíos. Además, hasta mediados del siglo XIII los
monarcas poseen una potestad bastante limitada, al carecer del
poder legislativo, ejercer un poder judicial restringido y no disponer
de un aparato para el ejercicio efectivo de la atribución ejecutiva
más allá de actuaciones puntuales. Todo lo expuesto puede
extenderse a Cataluña o Castilla8, en tanto que condados, en los
que el poder efectivo lo tenían los concejos locales y comarcales,
no el linaje condal. En lo económico, reyes y condes percibían
entregas pactadas de bienes, más que tributos, de limitada
importancia, poseyendo propiedades que eran una porción pequeña
de la totalidad de la riqueza social. Lo mismo cabe decir de la
Iglesia hasta finales del siglo XIII.
La mayor realización estética de la revolución altomedieval es
el arte románico, activos en los siglos XI a principios del XIV, estilo
europeo que unifica arquitectura, escultura, pintura y ornamentación
mueble, lo que da origen a una síntesis extraordinariamente
poderosa visualmente, de ahí el prestigio, enorme y aún así
creciente, que hoy tiene. Dicho estilo realiza de manera bastante
eficaz el ideal de estetizar la vida, constituyendo un modo de
existencia popular enaltecido por la elegancia, el buen gusto, la
belleza, la expresividad de las formas y la sublimidad.
Una acción emancipadora más del medioevo revolucionario
está en la liberación del erotismo, desde la noción y emoción del
amor, de las trabas y represiones a que le había sometido la
sociedad antigua, asunto sobre el que se ha expuesto antes alguna
reflexión. El románico erótico, esplendido en su turbulencia libidinal,
procacidad, frescura e impudor, contribuye a refutar muchas de las
peores calumnias contra el mundo medieval, mostrando que no es
como exponen los textos ortodoxos, escolares y académicos, sino
de otro modo consumadamente diferente, libre, transgresor,
emancipado, innovador, revolucionario.
8
El
caso
catalán
es
examinado
en
“El
comú
català.
La
història
dels
que
no
surten
a
la
història”,
de
David
Algarra
Bascón.
El
castellano,
aunque
de
manera
parcial
e
incompleta,
en
“Naturaleza,
ruralidad
y
civilización”,
Félix
Rodrigo
Mora.
14
Junto a los logros de la revolución altomedieval están sus
desaciertos, yerros y malas aplicaciones. Antes se citó el exceso de
riqueza material como un elemento causal de su decadencia. Hay
más. Al haber permitido la existencia de los reyes, y la continuidad
de la Iglesia como institución creada por el Estado romano (aunque
inicialmente con muy poco poder efectivo los unos y la otra), a partir
de 1250 ambos pasan a la ofensiva contra el pueblo/pueblos. La no
definición de nuevas metas estratégicas una vez que la revolución
ya estaba realizada, lo que puede fecharse hacia el fin del siglo XI,
estancó a la sociedad medieval, haciéndola, como dice la frase
acuñada “dormirse en los laureles”, lo que fue aprovechado por los
enemigos de la libertad para preparar su contraofensiva. Porque
una formación social o avanza hacia nuevos fines y propósitos
sucesivamente y sin descanso o se empantana, con la advertencia
de todo estancamiento es retroceso estratégico. La noción central
del amor es, si se interpretado de un modo reduccionista (y todo
indica que así fue en muchos casos), excluyente con la reflexión, la
aprehensión de lo real y el saber experiencial, lo que tiene muy
funestas consecuencias. El hedonismo y sobre todo, el
epicureísmo, compañero inseparable del conformismo y la
pasividad, se enseñorearon de las sociedades medievales desde
finales del siglo XI, dañando de manera grave su energía y vitalidad,
su disposición para avanzar, su gusto por la épica, el riesgo y el
esfuerzo.
En resumen, hacia finales del siglo XI hubiera sido necesario
pergeñar e iniciar una segunda revolución. No se hizo. La ausencia
de adelanto es siempre retroceso, regresión y fracaso. Porque la
libertad, como supremo bien humano, existe siempre en peligro y
rodeada de enemigos, de manera que sólo el avance permanente
puede mantenerla. A finales del siglo XI las sociedades medievales
se estancan. En la centuria siguiente lo existente es todavía
espléndido en sí mismo pero ya está fatalmente dañado por la
autocomplacencia, la ausencia de nuevas metas y propósitos, el
hedonismo, el mero repetir, la disminución del ímpetu y el vigor. El
siglo XIII pondrá en evidencia lo aciago de todo ello, con el retorno
del poder real, el renacimiento del clero institucionalizado, la
reconstitución del Estado y la reinstauración progresiva del derecho
romano, cuyo meollo es la propiedad privada, la centralidad del ente
estatal y el patriarcado. En el siglo XIV vendría la liquidación del
concejo abierto en villas y ciudades, el abandono y olvido casi
completo del ideario cristiano originario, el colapso económico, la
peste negra…
15
COROLARIO
La comprensión actual del periodo medieval tiene un déficit
enorme de objetividad. Lo que se ofrece en los manuales escolares
es una interpretación adulterada, y los escasos libros que tratar con
alguna seriedad y rigor sobre ella no llegan al gran público. Así que
en esto vivimos en la mentira y la desinformación. Pero los logros,
en ocasiones espléndidos, del mundo medieval están ahí y
únicamente es necesario querer verlos para inteligir la grandeza de
aquella edad, en la que se efectúa un magno intento, finalmente
fracasado (aunque no por completo), de establecer un orden social
humano, justo, libre y convivencial, y un tipo de sujeto sustentado
en la calidad y la virtud. La lucha por lograr que este asunto
prevalezca la verdad es dura, y lo seguirá siendo por mucho tiempo,
pero como meta merece la pena.
Félix Rodrigo Mora

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